Rafael Nadal Se quitó en octavos de final de la Roma, un torneo especial en el que ha ganado diez veces. Tras la extrema exigencia ante Zizou Bergs, de vez en cuando se topaba con una torre llamada Hubert Hurkacz que no le concedía ni un respiro ni un esfuerzo para vaciar su tenis. Y se rinde en este segundo examen con las finales dentro de tres semanas, en Roland Garros.
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Esta no es la derrota que plus duelo al balear, sino las formas. Como no conocerá a sus golfistas, los conservará cuando llegue allí con estas revelaciones que normalmente ocurren como puntos ganadores. El alma de Carlos Moyà del palco, ‘Vamos, vamos’, pero tiene un núcleo enorme en la cabeza del balear, manos en jarra porque los saques del polaco son imposibles de leer (9 aces), y porque Tampoco tiene la efectividad cuando los puntos se extienden a más de diez intercambios.
Hurkacz, por su parte, brilla en suelo romano porque sus potentes 230 kilómetros por hora sin esfuerzo, unos tiros seguros de que Nadal gastó mucha energía para la energía que brilla en esta segunda vuelta. A partir de ahí, no nos desconcierta el 6-1 del primer set, que se jugó a balón parado, que estaba escrito y con errores que no son de quien jugó, porque la afición tenía la ilusión tras su visita a Madrid.
Nada molesto, y como a Nadal se le encargó repetir esos días, el deporte cambió muy rápidamente. Y es un momento para París. Toca cambiar la apariencia. Olvidar también el segundo set de este encuentro con Hurkacz martiriza sin piedad al español con su servicio, en blanco los tres primeros turnos de saque y un break de primeras con el que todo sucede tan fácilmente que ni aprieta ya dans les restaurantes. Nadal se entusiasma ante este respiro para, al menos, recuperar la efectividad de sus tiros. Pero esto no es así para mucho más, controlaba el partido el 9 del mundo, tranquilo a pesar de la primera doble caída en el partido de octavo, y tenía previsto rematar una colocación también en el restaurante. Porque si Nadal es difícil de explicar cuando lo es, también lo es ahora, y no es sólo ante Hurkacz, sino ante su propia desesperación.